domingo, 21 de junio de 2009

Coches, Garoña y otros sacrificios. Un equilibrio difícil pero imprescindible

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, abogó hace unos días por el cambio de modelo económico-productivo y defendió un modelo de desarrollo sostenible. Al mismo tiempo, el gobierno anunciaba una de sus medidas estrella para hacer frente a la crisis: el Plan 2000e para la adquisición de automóviles. La paradoja observada en esta dicotomía entre palabras y hechos exige un análisis crítico. Y especialmente en la izquierda. Y ahora se debate sobre el cierre o no de una central nuclear, Garoña, en la localidad burgalesa de Miranda de Ebro. Parece que finalmente ZP cumplirá su promesa electoral, aunque está por ver cómo y cuándo. Y si la decisión responde únicamente a criterios electorales o a una apuesta decidida por emprender ese cambio de modelo anunciado.

Está claro que haríamos demagogia, tanto desde un lado como desde el otro, si defendiéramos los extremos que abogan por la continuidad de estas industrias, con el perjuicio medioambiental y la continuidad de un sistema capitalista que ello supondrían, o defendiéramos un cierre inmediato sin alternativas eficaces a medio plazo para los cientos de trabajadores que dejarían sus puestos de trabajo.

Ahora bien, quizá lo anterior no deje de ser un análisis simplista y banal sobre estos debates. No es novedad afirmar que los gobiernos tienden a actuar poniendo su mirada en el corto plazo. Es lo que la ciudadanía verá de cerca y, seguramente, por lo que juzgará a esos gobernantes. Por ello, las medidas a medio y largo plazo están en el plano de lo secundario y lo superfluo, porque apenas tienen réditos electorales o, si los tuviera, podrían ser otros incluso quienes se beneficiasen de ellos. Por tanto, es políticamente incorrecto sentar las bases de proyectos futuros que en el corto plazo suponen exigencias muy sacrificiales.

Esta es una de las razones principales por las que en España, al igual que en la mayoría de países occidentales, se ha hecho bien poco por acometer reformas y regulaciones que impidiesen que industrias como la automovilística o la energética, que exigen niveles desorbitados de consumo -no sólo de petróleo-, hayan afrontado remodelaciones y reconversiones hacia empresas más ecológicas y responsables socialmente. Por ello hoy se nos dice, con la excusa puesta en la defensa de los puestos de trabajo, que tenemos que seguir comprando o cambiando nuestros coches -aunque no los necesitemos o aunque sigan funcionando- y asumiendo riesgos -un desastre nuclear como el de Chernobil ha dejado más de 10 millones de personas afectadas y cada año incrementan en la zona los casos de cáncer y leucemia, puesto que la radiación en ríos y campos no desaparecerá en miles de generaciones-.

¿Realmente estamos dispuestos a aceptar un riesgo tan elevado y con tan nefastas consecuencias? Hasta el momento parece que sí. Porque, a pesar de los desastres a los que nos exponemos seguimos caminando entre la indefinición. Si vivimos en Miranda de Ebro o en Zaragoza defenderemos seguramente la permanencia de Garoña y Opel-Figueruelas. Porque nos parece que las personas, la clase trabajadora es lo prioritario. Y así es y debe seguir siéndolo. Pero tampoco es difícil asumir que nuestro actual modelo de consumo y explotación de los recursos naturales no es generalizable para el conjunto de la población. Si así lo hiciésemos requeriríamos de tres planetas tierra.

La búsqueda de este equilibrio que exige pasar del capitalismo neoliberal actual a otro modelo de desarrollo sostenible exige varias cosas. Primero, que estamos abocados al decrecimiento. No podemos sostener los niveles de consumo y bienestar que, globalmente, existen en nuestras sociedades. Segundo, que la clase trabajadora no debe ser la pagana de estos cambios. Si existe una gran y creciente desigualdad los cambios exigen en sí una progresividad. No podemos exigir sacrificios iguales a quienes se sitúan en planos verticalmente muy inequitativos. Y a pesar de ello, toda la ciudadanía está llamada a hacer una reflexión sobre sus posibilidades de renuncia, de cambio, de austeridad. Un compromiso basado en la solidaridad ciudadana y planetaria.

Hoy, empresas que obtuvieron beneficios multimillonarios en años de expansión económica acuden a la ayuda y rescate de los poderes públicos. Beneficios no socializados ni reinvertidos para hacer industrias responsables social y medioambientalmente o para hacer sociedades más igualitarias y solidarias. Beneficios que multiplican infinitamente las pérdidas que en apenas dos años se han trasvasado y repercutido a la ciudadanía. Por todo ello afirmaremos con rotundidad que vivimos en una sociedad profundamente inmoral.

Por tanto, es exigible la puesta en marcha de propuestas estructurales decididas, aún cuando supongan ciertos sacrificios ciudadanos. El cierre de Garoña lo es. Y la disminución de la producción automovilística también lo sería. Pero no se confunda la abnegación con la sumisión. Todos tenemos parte de responsabilidad en la actual situación de crisis, pero las obligaciones que derivan de ello deben ser mancomundas. Hay a quienes se les debe exigir todo lo que no han hecho para contribuir al cambio de modelo productivo y al cambio de modelo energético. Y hay a quienes, tal vez, no se les pueda exigir más de lo que tienen. Equilibrio difícil, pero necesario e imprescindible

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