| Juan López de Uralde y José Albelda | Greenpeace España
Hay tres afirmaciones básicas que el lobby nuclear utiliza para defender su sector ante la ciudadanía: la energía nuclear es limpia, segura y la mejor alternativa al petróleo para evitar el cambio climático. Revisemos cada una de las tres afirmaciones. El concepto de limpio en relación a una fuente de energía se identifica con que no presenta emisiones contaminantes ni genera residuos —o éstos son mínimos, reciclables o inocuos—. En la energía nuclear no se producen emisiones directas de CO2, principal argumento en su defensa, sin embargo se generan residuos radiactivos muy peligrosos que tienen una gran longevidad. Recordemos que ninguna civilización ha durado más de unos cuantos miles de años. Resulta éticamente reprobable que nuestro legado más longevo vaya a ser basura radiactiva, cuando el corazón de Chernóbil bajo sus varios sarcófagos se convierta en una ruina de nuestra civilización como las pirámides lo fueron del antiguo Egipto.
Así pues, la energía nuclear no es limpia.
Centrémonos en el segundo argumento, la seguridad. El sector nuclear afirma que las centrales son seguras. Dicho así implica que no presentan ningún riesgo potencial, y esto es sencillamente falso. Recordemos el gran fracaso de la seguridad nuclear: el accidente del reactor n.º 4 de la central de Chernóbil, en 1986. Hasta que la dramática realidad lo desmintió, la industria nuclear afirmaba que no podía darse una fusión incontrolada del núcleo del reactor. Pero sucedió, sembrando muerte y enfermedad por doquier. Luego se dijo que esto no podía ocurrir en países occidentales con una sólida cultura de seguridad. Pero el accidente de la central de Three Mile Island en Harrisburg (EE UU) —que estuvo a punto de producir la fusión del núcleo— se ocupó también de desmentirlo. Y no olvidemos la cercana Vandellós I, clausurada tras sufrir un incendio que pudo ser catastrófico.
La energía nuclear es intrínsecamente insegura —siempre existe la posibilidad de un accidente catastrófico.
Pero el principal problema no es de carácter intrínseco, sino externo. En el actual escenario internacional es evidente que no se pueden descartar atentados terroristas, sabotajes y por supuesto guerras. En este último supuesto es evidente que las centrales serían un objetivo militar prioritario.
Por todo ello, la energía nuclear no es segura.
Abordemos el tercer argumento estrella: la energía nuclear es la solución al cambio climático y la mejor alternativa al petróleo. Este argumento es fácilmente desmontable por dos motivos: el petróleo no se utiliza en la actualidad para generar energía eléctrica, sino fundamentalmente en el transporte o la calefacción. En ninguno de estos dos casos se puede plantear su sustitución por energía nuclear. No creemos que nadie imagine o promueva un futuro de vehículos propulsados por pequeñas centrales nucleares, ni pequeñas plantas atómicas para calefacción en los bajos de nuestros edificios. Otra cuestión relevante es el coste de oportunidad: todo lo que se invierta en desarrollo nuclear será dinero que no irá destinado a alternativas más limpias y más seguras: las energías renovables. Esto se está poniendo en evidencia en Finlandia, único país europeo con una central nuclear en construcción y cuyas emisiones de CO2 están disparadas.
Las energías renovables han demostrado ya con creces su potencial para cubrir la totalidad de la demanda de energía eléctrica. Además, se trata de tecnologías jóvenes cuya capacidad de generación está aumentando casi cada día. Parece mucho más sensata la apuesta por estas fuentes de energía para reducir hasta eliminar la dependencia de los combustibles fósiles.
Así pues, la nuclear no es una verdadera alternativa al petróleo ni la solución para evitar la alteración del clima.
Como hemos visto, ninguno de los tres argumentos clásicos en su defensa resulta sólido. Entonces, ¿por qué la opción nuclear sigue estando en el candelero? En parte porque se ha conseguido transmitir a la ciudadanía la inevitabilidad de su desarrollo ante la amenaza del cambio climático. Pero no debemos aceptar un sencillo discurso de ventajas nucleares que oculta sus peligrosos inconvenientes; sin balance de riesgos no podemos construir decisiones responsables. Importantes sucesos de la historia no deben ser olvidados para no caer en los mismos errores y sus dramáticas consecuencias. Chernóbil es uno de esos sucesos clave que no hay que borrar de la memoria, pues de él aprendimos el principio de irreversibilidad de los accidentes nucleares: la radiactividad emitida no puede controlarse y su legado seguirá dañando en el futuro.
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