Artículo publicado la pasada semana en El Noroeste
Supongo que habrán personas que duerman como marmotas, otras que se pongan tapones en los oídos para descansar, otras que tengan un nivel de audición reducido…vaya, muchos tipos de seres humanos ante los sonidos habituales.
No me las he dado nunca de ser extremadamente sensible de oído. Me crié bajo la torre del reloj que sonaba cada hora y nunca me molestó. Quizás es que el vivir en un pueblo me había acostumbrado a que los que más percibía por las mañanas eran las avecillas que me decían que había salido el astro rey. Bajo la ventana de mi dormitorio pasaban las mujeres que iban a hacer su compra y comentaban con la vecina cosas cotidianas, los trabajadores con sus meriendas, algún animal doméstico que emitía su señal propia. Pasamos luego a los coches que se ponían en marcha pero que enseguida dejaban extinguir su rrr característico.
Y aparecieron las motos.¡ Horror!. Esos escapes libres que nadie controla y que nos ponen la adrenalina a tope sin que podamos hacer nada. Nos sentimos impotentes y, aunque las ordenanzas y las normas lo prohíben, como en tantas otras situaciones reguladas por leyes en nuestro país, todos los responsables miran para otro lado. Todo lo más es aquello de comentar que como son jóvenes hay que entenderlo. Algunas fuimos también jóvenes y todo lo más que molestamos fue con alguna cancioncilla en grupo pero no mucho más allá de las doce de la noche y en fiestas señaladas.
Llegado este punto y cuando ya creíamos que la cosa quedaba ahí, mire usted por donde nuestros munícipes, muy ufanos en eso de mantener limpia la ciudad -cosa que les agradecemos sobremanera,- van y nos obsequian con unos aparatejos la mar de prácticos ellos: la barredora y lo que nosotros llamamos la “sopladora”. Buenos inventos para conseguir dos objetivos, limpiar bien nuestras calles y conseguirlo con un trabajo menos duro para las personas que se ocupan de tan noble labor.
Hasta aquí todo va sobre ruedas, sobre todo la barredora. Pero amigos, los inventores de estos artilugios no han sabido, o a nosotros no nos consta, eliminar un efecto grave. Producen un ruido ensordecedor. A veces pienso que debajo de mi cama me han puesto un trailer en marcha. Y no digamos la “sopladora”. Tengo la sensación de que están talando todos los árboles de la Selva Virgen. Y gravísimo es que tales ruidos se producen a partir de las cinco de la mañana. Como si la ciudadanía fuera víctima de una diana no florida sino atronadora, que llamase a filas a un regimiento que hay que poner a hacer instrucción quieran o no quieran.
Dura esto algo así como cuarenta y cinco minutos. Luego se marca a otra zona y lo escuchas a lo lejos. Bueno, puedes volver a dormirte, pero ya el dolor de cabeza y la sensación de no haber seguido un ritmo habitual de sueño no hay quien te la quite.
No estaría mal que aquellos que tienen la obligación de hacer efectiva la normativa sobre ruidos, pusieran en marcha un decibelímetro que midiera si el nivel es adecuado y si se ajusta a los límites establecidos para esos horarios. Yo les recomendaría que mirasen diversas normativas: Directiva 2002/49 del Parlamento Europeo, Ley 37/2003 sobre actividades molestas y aparatos ruidosos, conocida por Ley del ruido, Decreto de la CARM 48/1998 de Protección del Medio Ambiente frente al ruido y finalmente nuestra propia ordenanza municipal aprobada en Pleno el 24 de abril de 1997.
Conste que no se trata de que no usen los recursos que facilitan el trabajo, pero hay que procurar conjugar intereses, prevaleciendo desde luego el de los y las ciudadanas que reclaman, como es lógico, el derecho a una vida tranquila y apacible, sin que su salud se vea afectada. Podrían, por ejemplo, cambiar los horarios, y en lugar de ponerlas en marcha a horas tan intempestivas, hacerlo a la hora normal en que comienza la actividad urbana. Más soluciones sería dotarlas de silenciadores… No sé, es cuestión de que el tema se estudie, y a ser posible se debata con el vecindario, que, a fin de cuentas es tanto el que paga con sus impuestos los servicios como también el beneficiario o perjudicado de su buen o mal funcionamiento.
Son muchas las personas que en Calasparra se quejan de estas cosas, pero ellas si que se ponen el silenciador y se limitan a comentar en las esquinas, bares y tertulias estos temas. ¿Para cuándo seremos capaces de no tener rubor ni miedo a decirlas en los medios y en las instituciones?
Ángeles Trujillo.- Forma parte del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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